Cuando sus padres deciden pasar las vacaciones en una pequeña casita cerca del Océano Pacífico, ella no quería ir. Prefería quedarse en la ciudad. Total, lo único que se puede ver es el mar, “un interminable rollo gris, azul y blanco. Un agua aburrida y monótona”. Observando el polvo y arrancando hilos pasa los dos primeros y aburridos días de sus vacaciones, hasta que al tercero decide internarse en el mar. Desde ese día, acompañada de su hermano mayor, flotan en el mar y juegan con las olas, caminan junto a las aves marinas sintiendo el ritmo del mar y escuchando atentamente los sonidos del océano, tan atentamente que hasta se puede oír su respiración. Poco a poco se acerca el día de volver a la ciudad y ella quiere llevarse un poquito de mar en un vaso para tenerlo siempre a su lado. Pronto se da cuenta que no necesita poner el océano en una pecera. Estará siempre dentro de ella, calmado, azul, agitado, verde, misterioso, negro, nublado, juguetón…Observar es poseer. Biblioteca del Museo Etnográfico de Castilla y León